El partido estaba planeado para las 7 de la tarde y propuse irnos al estadio, como mínimo, una hora antes para así no tener problema al entrar. Pero mis compañeros me quedaron mirando con cara de “y este es estúpido”. Claro, la cancha de los Cincinnati Reds estaba a unas pocas cuadras de distancia y, definitivamente, el llegar no era ningún problema.
Claro tampoco era problema caminar, ya que ningún imbécil (mal llamados hinchas) te molestaba al pedirte dinero “pa’ la entrada”. De camino familias completas con muchos niños y mujeres. Algunos con camisetas, otros no. Daba igual.
En la entrada, un tipo con un lector de códigos de barra te chequeaba el tiket impreso, ya que lo podías comprar por internet sin ningún problema: o sea, se eliminan las colas en las boleterías. De hecho no había boleterías con humanos atendiendo, sólo algunas electrónicas por si alguien decidió sólo minutos antes asistir al partido.
Al interior el recinto, los restaurantes de comida rápida mandaban. Un poco caro quizás (US$4 un hot dog y US$7 una cerveza), pero siempre está la alternativa de la competencia, por lo que los valores pueden variar (no hay colusión). Además de eso, los sitios con la implementación del equipo (camisetas, gorras, bates, chapas, tazones y todo lo que se pueda imaginar) también tenían un espacio destacado y la gente podía mirar y tocar los productos sin ningún problema. Demás está decir que nadie se avivaba y tomaba algo sin pagar.
Cuando comenzó el partido, la sorpresa para mí fue que de verdad los gringos hacen todo el ceremonial que se ve en las películas: formación militar incluida y canción nacional entonada a capella por una artista conocida (en este caso no averigüé el nombre, mil disculpas por ello). El himno, por cierto, fue cantado por todos y los que traían gorra se la sacaron (como yo). Respeto total.
Del partido no mucho, el equipo local apabulló a los Nacionales de Washington DC por 7 carreras 0, pero parecía no importóar que por momentos el encuentro se volviera un tanto latoso. La pantalla gigante y el equipo de producción se encargaron de entretener al público con concursos, música, baile y el show de los besos incluido (la cámara enfocaba a las parejas, quienes se besaban por la pantalla ante las 20 mil personas).
Al final, la gente salía sin problemas y, si gustaba, podía ingresar a la tienda oficial del equipo y comprar lo que sea o sólo admirar el salón de trofeos y las camisetas retiradas de los más grandes que pasaron alguna vez por el club (en ese momento me acordé del pobre “Chamaco ”Valdés, quien se fue en medio del olvido del equipo más grande de Chile).Cualquier relación o similitud con una visita a una cancha chilena es sólo una estupidez que los clubes deberían remediar. Por favor: quiero ir alguna vez al Monumental, al nacional o al Germán Becker y vivir algo parecido, aunque no tenga la “emoción” sudamericana y los hinchas no pongan tanto “huevo” y tontera. Incluso estoy dispuesto a no escuchar a la barra cantar y darle un beso a mi esposa frente a 20 mil espectadores o más.